Porque son animales sociales, les gusta cooperar con los humanos. Buscan el contacto con las personas e interactúan espontáneamente y voluntariamente.
Establecen vínculos fuertes con sus guías. Les encanta trabajar, quieren sentirse útiles. Están muy adaptados a los entornos humanos, a sus rutinas y protocolos.
Se acomodan a cualquier entorno y situación, podemos llevarlos sin problemas a todas partes. Por lo tanto, no les cuesta nada integrarse en programas de intervención para ayudar a las personas.
Los perros de terapia saben cuando tienen que acercarse a las personas y como hacerlo. Tienen reacciones espontáneas que, cuando el técnico las sabe aprovechar, benefician mucho al proceso terapéutico.
Un perro de terapia debe estar sano y limpio, con los controles sanitarios al día. Debe tener una educación excelente, una muy buena obediencia básica. Debe haber obtenido un reconocimiento oficial como animal de terapia y debe tener un seguro de responsabilidad civil. Hay que tener en cuenta que el trabajo de un perro de terapia es duro, porque puede estar sometido a ambientes estresantes, y los usuarios a veces pueden tener reacciones imprevistas. El perro de terapia debe sentirse cómodo y tranquilo en cualquier circunstancia, y ha de querer colaborar y trabajar en todo momento. Deben ser muy sensibles para saber como deben comportarse con cada persona, y también dejarse guiar por el técnico.